No puedo entender como en los
anuncios de métodos o aparatos para hacer ejercicio o adelgazar pueden
encontrar a tanta gente dispuesta a poner esa cara de felicidad mientras están
en una sala sudando, rodeados de gente que no paran de gotear y
muchas veces bajo la presión de un sargento. Un vigoréxico supervitaminado,
que no deja que te relajes un segundo.
Supongo que deben de pagar bien,
porque las caras que veo a la gente que hace spinning en el gimnasio en nada se
parece a los “Zumba-dos” de la teletienda.
Definitivamente no me gusta nada
la gimnasia dirigida. Lo de tener a alguien encima que no pare de reñirte porque
tus brazos no pueden hacer más flexiones no lo soporto. Lo único que consiguen
es que se me pase una retahíla de dedicatorias, no muy bonitas, por mi cabeza. Aunque
reconozco que es el método más eficaz que existe porque ponerse uno solo en casa requiere de mucha
fuerza de voluntad.
La respiración se acelera, la
cara se te pone roja como un tomate, te cae el sudor por todos los lados de tu
cuerpo.....que no, que a los del “Zumba” les tienen que dar algo para estar tan
felices.
Yo odiaba la clase de gimnasia en
el colegio, salvo cuando había prueba de flexibilidad o cuando llegaba el “momento
Chisco” y salía cargado con 20 balones en sus manos (quien no lo vio en directo
no se lo puede imaginar) y empezaba a lanzarlos por todo el patio para jugar libremente.
Pero tenía mi salvoconducto.
Un certificado del traumatólogo que me “dejaba” decidir cuándo hacer gimnasia.
Si me dolía la cadera no debía esforzarme, así que como eso sólo lo sabía yo…
mentirijillas piadosas.
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