El metro de Berlín no tiene tornos y es muy fácil “despistarse” y colarse sin saberlo, ¡ejem!.
Eso les pasó una vez, que por una “confusión” creyeron viajar con un bono de cinco que alguien había dejado en el hotel.
-No os preocupéis que si viene el revisor tapo la fecha con el dedo y fijo que no se dan cuenta.
Entraron y se sentaron en el vagón, dos a la izquierda y otros dos de la derecha. Hablando, riendo, hasta que en una parada se escucharon gritos y una familia completa que viajaba a en mismo compartimento (bebe en el regazo incluido) salieron corriendo y escaparon a toda máquina por la estación.
Dos jóvenes vestidos con botas militares y una cazadora bomber negra se subieron en el tren. Parecían unos skinhead que iban a montar jaleo, pero todo lo contrario, eran los inspectores del metro!
Cerraron las puertas y asiento por asiento fueron pidiendo los tickets. Llegaron a donde estaban sentados. El billete lo llevaba la única que hablaba alemán, que intentó utiliza su técnica de “pongo-el-dedo-delante-y-cuela-FIJO”, y como bien decía la Chiyo “si una frase se termina con un “fijo”, quiere decir que no ocurrirá nunca” y efectivamente, a los de la bomber no les coló y los hicieron bajar.
En ese momento no sabían lo que les decían. Únicamente su “traductora” hablaba con ellos. Les pidieron las identificaciones, para cubrir los datos de la multa. Pero ella seguía y seguía hablando.
- ¿Qué les estás diciendo?
- Estoy intentando que no nos la pongan, contándoles que yo soy la única culpable y que vosotros no sabíais nada. También les he dicho que les invitaba a un café si nos sacaban la multa.
-¿A estos macarras? ¿Qué clase de soborno es ese?
Después de unos largos minutos en el andén, les dieron a cada uno su papelito con la módica cantidad de 90 € por cabeza. Siguieron suplicando y poniendo cara de verdaderos Paco Martínez Soria en “La ciudad no es para mí”, y terminaron diciéndoles que intentasen hacer una reclamación al día siguiente en la concesionaria del metro.
Después de preguntar a otros “despistados” y comprobar que la multa del metro berlinés no entiende de fronteras, decidieron intentar reclamar y continuar con el papel de Paco sale del pueblo.
Al día siguiente fueron a la dirección que les habían dado para hacer las reclamaciones. El lugar estaba en el bajo del edificio de oficinas que tiene la empresa. Era una mezcla de sala de espera del médico y oficina del banco, con varias ventanillas con un número encima y un conserje que daba la vez en la puerta.
No les dejaron coger sólo uno para los 4, pese a que le explicaron al vigilante que tres de ellos no entendían ni papa de hablar alemán.
Pasaron y se sentaron mirando como cambiaban los número en un monitor y viendo desfilar a gente de todas las edades y condiciones.
- Pues yo no pienso hablar en inglés.
- Yo tampoco.
- Venga no seáis así, yo si voy a hablar en inglés.
- ¿Y qué le vas a decir?
- Pues que no sabía de qué iba la historia.
- Jo, lo siento, todo ha sido por mi culpa…
Primero le tocaba a la que hablaba a alemán y se encaminó a su ventanilla. Inmediatamente llegó el turno de la que tenía claro que sólo iba hablar en la lengua de Cervantes.
- Gute Tage
- Hola
- Grugoalrjlvajrhg (entiéndase alemán)
- Buenos días (en castellano y bien alto)
Desde los asientos, y esperando a que pasase otro número, los otros veían y oían como ella cumplía su promesa y sólo hablaba en castellano.
- English?
- Español
El pobre hombre que estaba tras el cristal no daba crédito a lo que le estaba sucediendo. Se levanto y se fue al habitáculo del al lado a hablar con un compañero. Mientras, la que hablaba alemán, intentaba explicar a su interlocutor lo que estaba ocurriendo, y le contó que no les habían dejado hacer las alegaciones juntos, y que los demás no hablaban idiomas.
Finalmente decidieron juntarlos en la misma ventanilla. Sus caras, explicaciones, suplicas y, seguramente, el no tener qeu escucharlos más, sirvieron para que, tras una pequeña reprimenda a la “nativa”, les perdonasen los 90 euros de la multa y sólo les cobrasen las tasas por hacer los trámites.
Desde aquel momento nunca más volvieron a sentirse tentados por la falta de tornos y el resto de los días entraron con sus billetes preparados, para que si la banda de la bomber los atacaba de nuevo, poder enseñar orgullosos sus tickets marcados.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
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