Día gris y lluvioso.
Agosto. Verano. Por la ventana se ve a todo el mundo caminar a pasos ligeros y
resguardados bajo un paraguas. Leí en algún sitio que
Zara sabe cuándo
va a llover y pone montones a la venta esos días.
Miro a través de una gota que resbala
por el cristal y veo el mundo como un pez. Soy un pez y respiro bajo el agua.
Glup, glup. No necesito paraguas. Las personas tienen la cara redonda y
estirada. Glup, glup. La gota termina deslizándose hasta el alféizar y vuelvo a
ver nítidamente a la gente caminar apresurada.
Pienso en los planes que puedo hacer.
Un libro, ver alguna película. No me apetece mojar mis zapatos nuevos y me
niego a ponerme katiuskas en verano. El tiempo me recluye dentro de casa. Es capaz de encerrarme entre cuatro
paredes y empiezo a pensar en la gota del cristal, en el momento con visión de
pez.
Ahora siento que estoy en una pecera, chocando una y otra vez contra el
vidrio. No tengo memoria. Parece que es el mismo día que fue hace una semana.
Son días de lluvia.
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